jueves, 30 de junio de 2011

¿Cuándo escucharán al pueblo?

Hoy, 30 de junio de 2011, fuimos testigos —y más de 150.000 fuimos protagonistas— de una de las manifestaciones ciudadanas más multitudinarias de los últimos años en Chile. La histórica Avenida Alameda, aquella misma que Salvador Allende imaginó como el camino del hombre libre, fue escenario de una verdadera movilización nacional. Profesores, estudiantes, trabajadores, sindicatos, artistas, madres con hijos, abuelos, miles y miles de personas recorrieron dos kilómetros del corazón de Santiago, mientras en otras ciudades del país se reunían más de 350.000 ciudadanos exigiendo lo mismo: educación gratuita, pública y de calidad, administrada por el Estado, sin lucro y con fiscalización a las universidades privadas.

¿Pero por qué debemos exigir algo que en otros países parece un derecho básico? Porque Chile es un experimento económico radical, iniciado en dictadura y perpetuado en democracia. Durante la dictadura de Pinochet (1973–1990), se impuso un modelo neoliberal extremo, el más agresivo del mundo, que convirtió derechos sociales en bienes de mercado: educación, salud, transporte, agua, luz, incluso la seguridad social. Todo quedó en manos privadas.

Las consecuencias de este modelo se sienten hasta hoy. Las universidades funcionan como empresas, muchas veces sin regulación efectiva. Las AFP, que administran las pensiones de los trabajadores, invierten sin que el trabajador tenga voz ni voto, y si sus decisiones fallan, es el afiliado quien pierde dinero, nunca la administradora. En Chile, el lucro es el corazón del sistema. Y el Estado, lejos de garantizar derechos, se ha limitado a observar desde la barrera.

Este malestar ciudadano no es nuevo, pero sí ha alcanzado un punto de quiebre. Y lo más indignante es que quienes deben escuchar —los que hoy ocupan los cargos de poder— cierran el diálogo con soberbia. El entonces ministro de Educación, miembro del Opus Dei y exaccionista de la Universidad del Desarrollo, representa todo aquello contra lo que los estudiantes se manifiestan: el lucro como principio rector de la enseñanza. ¿Cómo esperar diálogo real con alguien que ha hecho negocios con la educación? ¿Cómo suponer que velará por el interés público quien ha estado vinculado al negocio privado de formar profesionales?

La prensa tradicional, muchas veces al servicio de intereses empresariales, no pudo ignorar esta movilización. La magnitud y creatividad de la marcha desbordó todos los intentos de ocultamiento. Pero el gobierno guarda silencio. No por falta de información, sino por falta de voluntad. Simplemente, no quieren escucharnos.

Frente a esta sordera institucional, la respuesta debe ser la unidad. Esta lucha no es solo de estudiantes o de profesores: es del pueblo entero. Padres, trabajadores, pobladores, jubilados, todos y todas debemos sumarnos. Porque cuando se atenta contra el derecho a la educación, se vulnera el futuro de todo un país.

Hoy caminamos miles por las calles, pero el desafío es mayor: organizarnos, articularnos, unir nuestras luchas. Solo el pueblo tiene la capacidad de transformar este modelo injusto. Si lo hacemos juntos, no podrán vencernos.

lunes, 20 de junio de 2011

Bienvenido a la Dictadura Chilena

En un país que presume de ser democrático, la decisión del entonces presidente Sebastián Piñera de licitar por 150 mil millones de pesos un sistema de vigilancia digital para monitorear redes sociales —como Facebook, Twitter y otras plataformas— no solo resulta escandalosa, sino que cruza peligrosamente el umbral que separa la democracia de la dictadura. Lo que está en juego no es menor: se trata del derecho a la libre expresión, la piedra angular de cualquier sociedad que se diga libre y pluralista.

Este intento por fiscalizar las opiniones de ciudadanos comunes y corrientes marca un retroceso alarmante. ¿Dónde queda el derecho a opinar sin miedo? ¿Dónde está la promesa de una democracia madura, que tolera la crítica y fomenta el debate? ¿Cómo puede justificarse que recursos públicos, que podrían ser utilizados para fortalecer la educación o la salud, se destinen a vigilar el pensamiento y la palabra?

La respuesta del gobierno es predecible: seguridad, control, “gestión de crisis”. Pero lo que realmente se esconde tras esta medida es miedo. Miedo al descontento legítimo de una ciudadanía que ya no tolera el abuso, la desigualdad ni la desconexión de sus autoridades. Y como suele suceder cuando las estructuras de poder sienten que se tambalean, la respuesta es represión, camuflada de orden.

Esta práctica recuerda a los capítulos más oscuros de nuestra historia reciente. Como hijo de un hombre que vivió y resistió la dictadura, no puedo sino indignarme al ver cómo se amenaza nuevamente la libertad que tanto costó recuperar. No fueron pocas las vidas, las desapariciones, el dolor que se vivió bajo el régimen de Pinochet, para que hoy —en plena era digital— tengamos que volver a cuidarnos de pensar distinto, de hablar con libertad, de compartir una opinión.

Porque sí, desde ahora, incluso este humilde texto podría ser leído, archivado o clasificado por un agente de inteligencia del Estado. Y aunque no haya consecuencias visibles de inmediato, el solo hecho de saber que alguien te observa, inhibe. Y cuando el pensamiento se inhibe, cuando la palabra se autocensura, la democracia se resquebraja.

En paralelo, el país arde de inconformidad: universidades y colegios en toma, estudiantes movilizados, una ciudadanía cada vez más crítica, mientras la aprobación del gobierno se desploma. Chile vive un momento de despertar social que desborda los márgenes de lo permitido por el poder. Es entonces cuando surge el intento de controlar no solo las calles, sino también el ciberespacio: el nuevo territorio de organización, denuncia y conciencia colectiva.

No podemos permitirlo. La represión del pensamiento es la última muralla que les falta levantar para consolidar un modelo autoritario con rostro democrático. Y la pregunta es inevitable: ¿vas a dejar que lo logren?

Como dijo Marat, asesinado por Corday en nombre del "orden":
"¡Oh, libertad! ¡Cuántos crímenes se han cometido en tu nombre!"

Hoy más que nunca, debemos recordar que la libertad no se mendiga. Se defiende. Con la palabra, con la organización, con la convicción de que ningún poder tiene derecho a silenciar a su pueblo.



(Link referente al tema, publicado en el BLOG)

sábado, 4 de junio de 2011

¿Y qué paso con el gobierno de los mejores?

Síntesis del gobierno de ultraderecha Chileno

A poco más de un año del inicio de este gobierno —aunque, en realidad, el tiempo exacto es irrelevante—, lo que importa no es cuánto ha gobernado, sino cómo lo ha hecho. Y en ese “cómo” se revela con nitidez la lógica ideológica de un proyecto político profundamente neoliberal, autoritario y regresivo. El actual gobierno chileno, liderado por una derecha dura y empresarial, ha puesto nuevamente en evidencia su apego a la privatización, el desprecio por lo público, y la subordinación de la dignidad humana al capital.

Desde su primer día, intentó justificar su falta de cumplimiento programático escudándose en la “reconstrucción” post-terremoto del 27 de febrero. Afirmaron que no podrían realizar muchas de las promesas de campaña porque los recursos debían enfocarse en la emergencia. Sin embargo, pronto quedó claro que aquella era solo una excusa. Lo que vino después no fue reconstrucción con enfoque social, sino consolidación de un modelo económico excluyente: alzas de precios, aumento en las tasas de interés, represión sistemática a los pueblos originarios, particularmente al pueblo mapuche, y una seguidilla de declaraciones altisonantes, ridículas y vacías de contenido por parte del propio presidente y sus ministros.

Y todo esto por parte de quienes se autodenominaron “el gobierno de los mejores”. Aquella frase, que buscaba proyectar eficiencia tecnocrática y excelencia, hoy solo genera risa… o rabia. ¿Cómo fue posible que una parte del pueblo creyera ese relato tan superficial y arrogante? ¿Cómo pudo ese mismo pueblo, del cual me siento profundamente parte, ser seducido por una estrategia de marketing político tan predecible?

La respuesta no se encuentra en la ingenuidad del votante, sino en un proceso histórico de despolitización social cuidadosamente construido. No fue la dictadura sola la que gestó esta situación. También fueron cómplices los gobiernos de la transición —la Concertación incluida— que perpetuaron un modelo educativo mercantilizado y funcional al sistema. No se trató de errores aislados, sino de una estrategia coherente: mantener a la población desinformada, endeudada, fragmentada.

Hoy vivimos las consecuencias. A nuestros jóvenes se les enseña que endeudarse para estudiar es un deber moral; que quien fracasa es responsable de su destino; que el sistema es inamovible. Les enseñan a votar por rostros vacíos, por celebridades sin principios, no por ideas ni proyectos colectivos. La historia se borra de los currículums, la memoria se transforma en una amenaza y el pensamiento crítico en un acto subversivo.

Pero la educación es poder. Y solo una ciudadanía educada, crítica y organizada puede disputar el sentido común impuesto. Si nuestros hijos, hermanos, vecinos y compañeros logran entender el fondo de esta estructura, si se les entregan las herramientas para cuestionar, interpretar y actuar, entonces el pueblo recuperará el poder que le ha sido sistemáticamente arrebatado.

Quieren que no llegues a la universidad. Y si lo haces, quieren que el peso de la deuda te impida alzar la voz. Quieren evitar que pienses, que enseñes, que organices. Poseen los medios de comunicación, los aparatos del Estado, los discursos oficiales. Y aun así, tienen miedo. Porque saben que el pueblo educado es el pueblo que lucha.

Y por eso hoy, más que nunca, no podemos callar. Hay que salir a las calles, con la palabra como trinchera, con la convicción como escudo, con el compañero al lado. No somos terroristas: somos estudiantes, trabajadores, madres, pueblos originarios, disidencias, pobladores. Somos el rostro de una sociedad que exige justicia y dignidad.

Y si algún día dijeron que serían el “gobierno de los mejores”, les responderemos desde cada esquina del país:
Su gobierno está roto. Su discurso está vencido. Y el pueblo, tarde o temprano, sabrá autogobernarse.