Meses de movilizaciones, huelgas de hambre, encuestas en picada y ahora un cambio de gabinete: este es el resultado de la administración de un gobierno de ultraderecha que fue advertido, pero que una parte del país, adormecida por promesas vacías, prefirió no escuchar.
No es desinterés lo que me invade hoy, sino la certeza de que se acabó el tiempo de solo observar, analizar o escribir. Siempre he estado involucrado en las causas del pueblo, pero ahora he tomado otro camino: me sumo activamente a la organización estudiantil. Sinceramente, no pensé que este sería mi rumbo; creí que desde la reflexión bastaba.
Lo más desconcertante ha sido ver la apatía de muchos universitarios. Tal vez me engañé, acostumbrado al compromiso de mis compañeros de Historia, pensando que ese espíritu era generalizado. Hoy veo que no lo es, y eso me impulsa aún más a actuar.
Si estás leyendo esto, te invito a mirar a tu alrededor. Infórmate, conversa, cuestiona. ¿De verdad puedes quedarte al margen mientras el país tiembla bajo los pies de quienes se creen dueños de todo? Cuando tú, como estudiante o como docente, decides no involucrarte, le abres la puerta a personas no preparadas ni comprometidas a ocupar espacios clave. Hoy, por ejemplo, tenemos como ministro de Educación a Felipe Bulnes, abogado, sin trayectoria en el mundo de la pedagogía ni vínculo real con la educación pública. ¿Acaso elegir a un abogado para ese cargo no es lo mismo que poner a un empresario a gobernar el país?
Me empiezo a inquietar. Me nace una repulsa automática al escuchar las declaraciones vacías de autoridades que no comprenden el momento histórico que vivimos. Siento que hemos tocado fondo… pero temo que aún nos queda más por caer. Porque los responsables no fuimos nosotros. No lanzamos la primera piedra. Fueron ellos, con su represión, con su indiferencia, con sus balas de goma contra jóvenes, con su gas contra estudiantes, con su policía golpeando a sus propios hermanos en las calles, como ocurrió el jueves 14, cuando Carabineros actuó con brutalidad inaceptable.
Cuando un país llega a estos niveles de violencia institucional, las consecuencias pueden ser graves, impredecibles. Por eso, a quienes tienen poder, a quienes aún gobiernan como si no pasara nada, solo les digo: escuchen al pueblo. No estamos pidiendo privilegios. Estamos exigiendo dignidad. Y si no la otorgan, la tomaremos organizados, conscientes, y de pie.