martes, 17 de mayo de 2011

Dale tu vida al Sistema

“Cada día los explotan para enriquecerse. Lucran con su fuerza de trabajo, les pagan apenas una fracción de lo que realmente merecen. Y aunque mientras más se especializan, menos los explotan, eso tiene un precio: deben endeudarse, hipotecar su futuro y asumir enormes sacrificios personales y familiares”. Así lo planteó un profesor en una clase. Pero entonces, un estudiante de origen humilde respondió:
“Pero profesor, las empresas tienen que ganar dinero, porque los empresarios son los que dan trabajo”.

Esa respuesta me sacudió. Me dejó con una mezcla de sorpresa, tristeza y preocupación. No por el joven, sino por todo lo que representa. Es la voz de alguien que ha sido educado para creer que su dignidad depende de la voluntad del patrón; alguien a quien el sistema le enseñó a aceptar la injusticia como si fuera un orden natural de las cosas. Y entonces me pregunté: ¿cómo llegamos a esto?

Durante un instante, culpé a la dictadura. Pero luego recordé que este muchacho nació muchos años después. Y comprendí que la verdadera responsabilidad recae en quienes, durante décadas de supuesta democracia, consolidaron un modelo de educación mercantil, deshumanizante y funcional al capital. Sí, me refiero a los gobiernos de la transición, a los que dijeron que venían a cambiarlo todo, pero solo profundizaron la herencia del modelo neoliberal.

Sin embargo, la raíz del problema es más profunda. Está en la ética —o la falta de ella— con la que muchos docentes y formadores asumen su rol. Porque no se trata solo de enseñar contenidos, sino de formar pensamiento crítico, de empujar a nuestros estudiantes a cuestionar, a indignarse, a no aceptar la explotación como destino inevitable. Decirle a un joven que no hay nada que hacer, que así es la vida y que debe conformarse, no es educación: es resignación disfrazada de realismo. Y eso también es violencia.

Hoy somos todos responsables. Tú, que lees esto frente a tu pantalla, no eres un espectador. Eres parte de esta historia. Puedes callar o puedes hablar. Puedes mirar hacia otro lado o puedes compartir, enseñar, discutir, construir conciencia. En la casa, con tu hermano, con tus vecinos, en tu trabajo, en la escuela. La educación no está solo en el aula; está en cada acto, en cada conversación, en cada gesto de solidaridad y rebeldía.

No me desalienta sentirme como un fósforo intentando detener el engranaje de esta enorme máquina llamada capitalismo. Porque sé que no estoy solo. Lo hago por ti, que estás leyendo. Lo hago por mi hija, por mi familia, por quienes aún no han rendido su conciencia. No quiero más generaciones adormecidas, reducidas a pensar solo en el último modelo de zapatillas o en acumular likes vacíos.

Afuera hay un mundo por transformar. Hay un patrón que abusa, hay medios que mienten, hay políticos corruptos, hay fuerzas represivas. Pero también estás tú, y en medio de todo eso, la pregunta es inevitable:

¿Y tú, qué vas a hacer?

viernes, 6 de mayo de 2011

Soberbia Fascista

El precio del pan ha aumentado en $300 pesos, lo que equivale a un 33% de alza aproximadamente. Para un país como Chile, que se encuentra entre los tres mayores consumidores de pan del mundo, este incremento no es un dato menor: es un duro golpe a la economía de las familias, especialmente para quienes sobreviven con el sueldo mínimo. Sin embargo, para el ministro de Economía, Juan Andrés Fontaine –representante de la ultraderecha y de una élite desconectada de la realidad–, esta alza "exagerada" no debería ser un problema para "la economía chilena en crecimiento" ni para un gobierno que, según él, está "creando empleos de manera increíble".

Ante tales declaraciones, cabe preguntarse: ¿Vive el ministro Fontaine en el mismo Chile que el resto de nosotros? ¿Sabe cuánto gana un trabajador promedio? ¿Ha calculado qué porcentaje del sueldo mínimo se destinará ahora solo a comprar pan? ¿O acaso desconoce –o ignora– que, para millones de personas, este alimento es un producto de primera necesidad y no un lujo sujeto a la especulación del mercado?

Es una burla que un servidor público minimice el impacto de esta alza, especialmente cuando proviene de un sector político que ha perpetuado un sistema donde los gobernantes son, a la vez, dueños de grandes empresas. Esta es la esencia de la oligarquía: una clase privilegiada que decide sobre las necesidades del pueblo mientras acumula riqueza y poder. No es casualidad que, bajo este modelo, los precios de los productos básicos sigan disparándose, mientras los medios de comunicación –aliados del poder– insisten en pintar una realidad ficticia donde "todo va bien".

En este Chile distorsionado –al que podríamos llamar "Chili" para diferenciarlo del país real–, la oligarquía ha enseñado a su pueblo a temer a sus vecinos (hermanos de raza y clase) en lugar de unirse a ellos; a conformarse con ser mano de obra barata en lugar de exigir derechos; y a distraerse con farándula mientras se les despoja sistemáticamente de sus recursos. Es un país donde la libertad se reduce a elegir entre marcas consumistas, pero donde las decisiones importantes –el acceso a salud, educación y alimentación digna– siguen en manos de unos pocos.

En "Chili" me tocó nacer, pero como este país es una invención de los poderosos, no existe. Y si no existe, tampoco existo yo.