Durante más de doscientos años, hemos sido educados, gobernados y dirigidos por los mismos de siempre: una élite reducida que ni siquiera logró constituirse como una verdadera burguesía moderna, y que se aferró al poder con mentalidad de terrateniente. Esa clase dominante, anclada en privilegios heredados, ha moldeado nuestras instituciones, nuestras ideas y nuestras formas de vivir. Es justamente ahí donde debemos enfocar nuestra lucha.
No olvidemos que, cuando los sectores populares comenzaron a avanzar en derechos y conquistas sociales, la reacción de esa élite fue brutal. En uno de los hitos más recordados, un discurso presidencial que advertía que “la clase alta empezaría a temblar” generó una conmoción en los círculos del poder. Al ver peligrar sus privilegios, optaron por una vía desesperada: interrumpir el proceso democrático con una dictadura que arrasó con nuestras organizaciones, nuestras voces, nuestros sueños.
Pero incluso después de la dictadura, la llamada "democracia" fue pactada, diseñada y garantizada por los mismos grupos de poder económico y político. Aunque algunos pretendan tener diferencias ideológicas, al final comparten los mismos espacios, los mismos intereses y hasta los mismos apellidos. Debaten en televisión, pero acuerdan leyes en privado que protegen sus negocios, perpetúan su poder y silencian al pueblo.
Hoy, como sociedad, enfrentamos un punto de inflexión. Ya no podemos seguir siendo tolerantes con los abusos, ni permitir que se rían en nuestra cara quienes fueron elegidos para representar al pueblo y hoy actúan como empleados del empresariado. No podemos aceptar que el parlamento vote leyes hechas a medida de sus propios intereses económicos, disfrazándolas de bien común. No podemos seguir creyendo en un sistema que nos oprime y nos engaña.
Ha llegado el momento de cambiar. Y ese cambio empieza en nosotros. No desde arriba, sino desde abajo, desde lo colectivo. Se trata de transformar nuestra actitud pasiva en una acción consciente y organizada. De dejar de aceptar lo que nos han impuesto como “normal”: un sistema que te enseña a obedecer, a competir, a consumir, a callar.
Actuar significa educarnos y educar. En el barrio, conversando con vecinos; en la familia, discutiendo y rompiendo silencios; en las redes, difundiendo ideas y denunciando injusticias; en las escuelas y universidades, participando activamente y cuestionando los discursos impuestos; en el trabajo, organizándonos, sindicalizándonos, defendiendo nuestros derechos.
La revolución no es una consigna vacía ni un momento épico: es un proceso cotidiano, plural y profundamente humano. Es tarea de todos: madres, padres, hijos, trabajadores, estudiantes, comunidades enteras. Porque solo así, desde la unidad, la conciencia y la acción colectiva, podremos construir un país más justo, libre y digno.